Si buscamos “apego” con intención de conocer su definición nos vamos a encontrar con un amplio abanico de opciones, pero personalmente os quiero citar la que nos comparte Rafa Guerrero (que si no lo conocéis os recomiendo buscar conferencias de él en YouTube). Nos dice que “es un vínculo afectivo bidireccional y asimétrico entre el bebé y su cuidador principal, entendiéndose este, como la figura que más provee protección y cuidado al niño”.

La vida es un camino, es un caminar y en ese proceso tenemos que ir dándole forma a lo que queremos que nuestros hijos sean en su etapa adulta. Es incongruente pretender que sean adolescentes o personas equilibradas emocionalmente, si desde pequeños han vividos rodeados de constantes inestabilidades, por ejemplo. Cada día tengo más presente y creo más a pie juntillas el dicho popular de “al arbolito desde chiquito” y es así, tal cual. Tienes que guiarlos hacia dónde tú creas que es su equilibrio, su estabilidad, ayudándole a creer y crear sus fortalezas, a trabajar sus debilidades; pero siempre con constancia, con limites respetuosos y sobre todo con ejemplo, con tu ejemplo.

Si desde pequeños le trabajamos y le proporcionamos un buen apego, será el que disfruten para toda su vida, pero además será simétrico a la forma que tengan ellos de relacionarse con los demás, no sólo contigo o con vosotros como progenitores. El apego entre una madre y un hijo comienza en embarazo, como otros tantos aspectos que se desarrollan durante la gestación e incluso algunos meses antes y no somos conscientes de cómo se manifiestan en nuestro comportamiento actual; de ahí la suma importancia de proteger la infancia, su infancia.

El tema del apego en sí es muy extenso y principalmente va en función de la necesidad que tenga el niño y su relación directa con la respuesta que perciba del adulto. A continuación os presento un pequeño resumen sobre el mismo, para que podáis identificarlos de una forma directa.

Los apegos se pueden separar en dos grandes grupos principalmente: seguros e inseguros. Así se podrían clasificar de la siguiente manera:

– Apego seguro: aquí se puede decir que el cuidador de referencia (mamá, papá o quizás también pueden ser los abuelos…. Variará dependiendo de las características familiares) es responsivo, es decir, cubre la necesidad del niño, pero exactamente lo que él necesita. Hay un equilibrio entre esa protección hacia él pero a la vez que le proporciona también autonomía que necesita, pero sin olvidar esa parte emocional y sensitiva tan importante.

– Apego inseguro: dentro de este apego, encontramos de varios tipos:

· Apego evitativo: en este caso lo que sucede es que se cubre la necesidad del niño, pero desde el punto de vista asistencial y racional, es decir, evitando que las emociones entren en juego.

· Apego ansioso/ambivalente: aquí las respuestas van a ser oscilantes, van a ir en función de la situación o del estado de ánimo de la figura de apego en cuestión. Normalmente suelen ser adultos inseguros emocionalmente y así es como se muestran ante el niño o el bebé. Aquí se pone en tela de juicio la autonomía, ya que el adulto ofrece una sobreprotección sobre el niño, pero el mensaje que le llega a él es el de “no eres capaz”, lo cual influye directamente en su autonomía.

· Apego desorganizado: aquí se suelen clasificar figuras de apego con problemas emocionales pero como producto de situaciones graves, como malos tratos, abusos o abandono entre otros. Aquí la figura que se muestra al niño oscila entre su referente en la vida y su fuente de terror. Suele darse aquí los conocidos cambios de roles, es cuándo el hijo de mediana edad adquiere el papel de “progenitor” y éste adopta el papel de hijo, siendo y sintiéndose cuidado por su propio hijo.

Como regla general solemos practicar con nuestros hijos el mismo tipo de apego que han practicado con nosotros. Si tienes curiosidad por descubrirlo te dejo aquí un pequeño test que te puede ayudar a aclarar ideas:

¿Cuáles son los principales recuerdos que tienes de tu infancia?

  1. Positivos
  2. Negativos
  3. Ambos
  4. Inexistentes

¿Cómo consideras que fueron las respuestas que recibiste de tu principal cuidador?

  1. Adecuada y en su justa medida
  2. Racional y más fría
  3. Sensible pero un poco montaña rusa, es decir, impredecible
  4. No sentí respuesta o casi inexistente

En cuanto a la relación entre protección y autonomía, consideras que…

  1. Hay un equilibrio entre ambas
  2. Te falta protección
  3. Te falta autonomía
  4. Te faltan ambas

Aquí te presento unas respuestas en función de cuáles han sido la mayoría de tus resultados anteriores.

  1. Apego Seguro
  2. Apego Inseguro evitativo
  3. Apego Inseguro ansioso-ambivalente
  4. Apego desorganizado

Estas respuestas son una orientación, una primera idea para que sepas dónde te encuentras ubicado, pero hay que tener en cuenta que son muchos los factores que influyen y que se requiere de más tiempo y autoconocimiento para descubrirlo y desmenuzar el asunto. Pero al menos te va a servir para darte cuenta de qué tipo de apego recibiste y lo más importante, qué tipo de apego le estas dando a tus hijos o qué tipo de apego le quieres dar, porque como tantos y tantos aspectos de la vida, se puede modificar, se puede cambiar esa historia y mientras que seas consciente de ella podrás ser capaz de modificarla como mejor te haga sentir.

Simplemente como anotación a las respuestas de la primera pregunta, comentar que si has elegido la opción D (inexistente) puede ser debido a un apego desorganizado o bien porque tu mente haya decidido borrar los recuerdos de esa etapa. Ya sería cuestión de investigar a nivel privado cada caso en profundidad.

Conociendo ya el tipo de apego que has recibido y que seguramente proyectes, vamos a analizar cómo se ve reflejado en los niños.

– Los niños con apego seguro son aquellos que suelen estar más cerca de sus figuras de referencia llorando cuándo estos se van, pero recuperando pronto la calma. Si los niños son más mayores suelen regularse emocionalmente con facilidad.

– Los niños con cualquier tipo de apego inseguro tiende a evitar a su cuidador, mostrando ansiedad cuándo lo pierde de vista y tardando en volver a la calma en el momento de regreso. En el caso de niños mayores, suelen ser inestables emocionalmente.

La idea principal de tratar este tema es para transmitiros la importancia de crearles un apego seguro (independiente del que hayáis recibido vosotros o del que hasta ahora habéis estado generando con él) Es posible el cambio, si os dais cuenta, sois conscientes y queréis, lo podéis reconducir si fuese necesario.

Hay veces que empezamos a gestionar ese cambio de una manera errónea. Por ejemplo, en el momento de empezar en la escuela (o podéis aplicaros esta situación a cualquier otra de vuestra rutina) el niño normalmente llora, se queja, más o menos tiempo, pero no está en su esencia al 100%. Muchas veces nos empeñamos en que exploren el entorno, en ver esa ansiada foto mientras está jugando o interactuando con los demás. No es así el proceso. Los primeros días o semanas son momentos de mimos, de abrazos, de estar pegado a la seño y de llorar cuándo la pierde de vista, pero saben que vuelve, que la seño no se va y es así, por vivencias cuándo va aprendiendo, va volviendo a la calma (como explicaba en el apego seguro). Pronto llega el momento en que empieza a despegarse un poco de la maestra, que empieza a investigar el espacio pero a los poquísimos minutos vuelve a ella; así de forma progresiva. Cada vez los momentos de investigación son mayores, van creciendo en cuánto a tiempo y los momentos de apego a la figura adulta van distanciándose también más. No podemos dejarlos en medio de la clase, o con todo el grupo y pretender que de repente empiecen a jugar; se sentirán perdidos. La investigación va a llegar pero para ello primero hay que establecer una buena base de seguridad, autoconfianza y sentimiento de pertenencia.

De forma muy resumida y para acabar el tema, os podría sugerir estos tips a tener en cuenta para crear un apego seguro:

– Ser responsivo a las necesidades reales (no cubrirle otra necesidad, sino la que pide en ese momento).

– Tener una buena conexión emocional.

– Encontrar y practicar un equilibrio entre la protección y la autonomía.

– Potenciar el contacto físico entre ambos.

– Expresar nuestros propios sentimientos, que el niño vea que tú también sientes, que te equivocas, que temes… Siempre poner en común los sentimientos de ambos. Si tú le hablas de los tuyos, empezarán a trabajar las neuronas espejo y él te acabará mostrando los suyos.

– Fomentar al máximo posible la autonomía.

– Respetar sus propios ritmos, no existen las prisas, no existen los hitos establecidos. Cada uno tiene su propio espacio/tiempo.

– Cumple tus compromisos, nunca prometas algo que no vas a cumplir, y si tienes dudas, te recomiendo evitar hacerlo.

– Ayudarle a identificar sus propias emociones, verbalizarlas, validarlas y gestionarlas.

– Ser recurrente con los mensajes positivos.

– Mostrarles siempre vuestro amor incondicional.

Realmente este tema podría ser mucho más extenso y me tenéis a vuestra disposición si queréis profundizar más al respecto. Lo que sí os pido que os examinéis con una mirada piadosa, sin juicios ni quejas. Todos y cada uno de nosotros lo hacemos lo mejor que podemos y sabemos en base a las herramientas que tenemos.

Seamos ese puerto seguro al que volver en medio de una tempestad. Protejamos la infancia.

Vanesa Ruiz
Maestra de Ed. Infantil, Ed. Especial y A.L
Directora de E.I. Sweeties. (www.escuelainfantilsweeties.es)

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